miércoles, 30 de diciembre de 2009
Evocando Año Nuevo
''Qué hacemos con los años, carajo? mientras pasan se sienten interminables y sabemos que al acabarse vamos a lamentar no tener más... qué incongruencia doliente es el saber humano, de saberse y odiarse, de admirarse y matarse, de sublimarse a la ironía y de sucumbir a la tragedia''
lunes, 14 de diciembre de 2009
Stained Mirror III
Impresionada por el valor de aquel aparente niño bueno, pensé, mientras entraba en el vagón de tren, que el curso que tomaríamos sería el clásico de Stayden, invitar al cordero a la boca del lobo, pero al llegar a la primer estación que pasaba me preguntaba si, por esta vez, el lobo sería capaz de entrar al corral y vivir entre el amor de los corderos. La idea me llegó como una risible imposibilidad, pero mientras mis pensamientos volvían al beso y las estaciones pasaban una tras otra, el escenario se volvía cada vez más prometedor, y real.
Saliendo de Stayden, cada estación vislumbraba un Mundo más brillante.
Junto conmigo, entraban al vagón unas 30 personas, pero aún así no se ponía apretado ya que era la primer estación camino a Callsplace, así que sólo se llenaban tres cuartos de los asientos, y un quinto de su total capacidad.
A mi lado usualmente se sentaría una campesina gorda, apestando a ajo, con un hijo en la espalda y dos en sus brazos, en frente su típica pareja, un peón de mirada perdida que sólo se enfocaría de vez en cuando en mis tetas, y al lado el clásico hijo hiperactivo que sólo enfocaría su mirada en mis piernas y haría un intento prácticamente imberbe de llevar su versión de una conversación, en un intento ridículo de coqueteo.
Mis predicciones no se alejaron mucho de la realidad, si me interesara en lo más mínimo me sabría de memoria los nombres irrepetibles de aquellas criaturas, al parecer todos iguales, quizá podría equivocarme.
Era una señora con una niña en la espalda y el clásico adolescente ‘mirada fija’ junto a ella, se sentaron frente mío, lo cual, junto con el hecho de que la distancia mitigaba el olor, fue una doble bendición. Tras aproximadamente un cuarto de hora llegamos a Angestone, la parada donde mi amiga Jazz se subía.
Fue algo casi telepático que estuviera tan tarde como yo, y, a pesar de la reacción de sorpresa, creo que nos lo esperábamos. La relación con Jazz era espontánea y divertida, aunque ahora, teniendo todo el tiempo del Mundo, o de la muerte para reflexionar, la encuentro monótona, girando en torno a charlas sobre el fin de semana pasado, entre hombres y raves.
Tres estaciones más adelante, en Mason, el panorama cambiaba sutilmente, los pasajeros eran en su mayoría clase media, variando entre media alta y media baja, por lo general trabajadores de escritorio tomando un fin de semana largo o adolescentes entrando a ricos tomando unas vacaciones largas. La señora y su hijo se habían retirado en la anterior estación, muy probablemente para vender papas en una ciudad parecida a Mason, cosa que Jazz y yo habíamos estado cuchicheando descaradamente en su cara, lo cual la enojó, cosa visible en que cada vez que nos reíamos se ponía a masticar más fuerte lo que haya sido que tenía en la boca… cosa de la cuál Jazz y yo teníamos nuestras propias hipótesis, y que hacía que su hijo, de manera mecánica y más esporádica, sobara su entrepierna.
Entre cuchicheos y opiniones no muy favorables de nuestros compañeros pasajeros pasó una hora, sólo faltaba una estación para Oldstone, cosa muy visible en el conteo de cabezas, en su mayoría rubias, descuidadas y despreocupadas, aunque todos sabíamos que dentro había un reprimido estudiante que medía sus semanas de libertad, no en días, sino en el dinero de papi… Trustafarians…
Al darnos cuenta del movimiento de cabezas, que visto desde arriba debe haber parecido nieve avanzando entre el barro, Jazz y yo nos incorporamos para salir del tren. Fue una buena llegada, dos billeteras de por medio, fruto de una simple sonrisa.
No fue el primer fin de semana de trabajo en el que no presté atención a mis clientes hombres, pero sí la primera vez que el motivo fue un hombre en casa. El promedio de coqueteos era 1 cada 3 clientes, cada uno más insípido y menos original que el anterior, lo cual no era nada nuevo, los drogadictos son sólo pericos, repiten lo que ven en sus fantasías distorsionadas, nadie mejor que yo para decirlo…
Saliendo de Stayden, cada estación vislumbraba un Mundo más brillante.
Junto conmigo, entraban al vagón unas 30 personas, pero aún así no se ponía apretado ya que era la primer estación camino a Callsplace, así que sólo se llenaban tres cuartos de los asientos, y un quinto de su total capacidad.
A mi lado usualmente se sentaría una campesina gorda, apestando a ajo, con un hijo en la espalda y dos en sus brazos, en frente su típica pareja, un peón de mirada perdida que sólo se enfocaría de vez en cuando en mis tetas, y al lado el clásico hijo hiperactivo que sólo enfocaría su mirada en mis piernas y haría un intento prácticamente imberbe de llevar su versión de una conversación, en un intento ridículo de coqueteo.
Mis predicciones no se alejaron mucho de la realidad, si me interesara en lo más mínimo me sabría de memoria los nombres irrepetibles de aquellas criaturas, al parecer todos iguales, quizá podría equivocarme.
Era una señora con una niña en la espalda y el clásico adolescente ‘mirada fija’ junto a ella, se sentaron frente mío, lo cual, junto con el hecho de que la distancia mitigaba el olor, fue una doble bendición. Tras aproximadamente un cuarto de hora llegamos a Angestone, la parada donde mi amiga Jazz se subía.
Fue algo casi telepático que estuviera tan tarde como yo, y, a pesar de la reacción de sorpresa, creo que nos lo esperábamos. La relación con Jazz era espontánea y divertida, aunque ahora, teniendo todo el tiempo del Mundo, o de la muerte para reflexionar, la encuentro monótona, girando en torno a charlas sobre el fin de semana pasado, entre hombres y raves.
Tres estaciones más adelante, en Mason, el panorama cambiaba sutilmente, los pasajeros eran en su mayoría clase media, variando entre media alta y media baja, por lo general trabajadores de escritorio tomando un fin de semana largo o adolescentes entrando a ricos tomando unas vacaciones largas. La señora y su hijo se habían retirado en la anterior estación, muy probablemente para vender papas en una ciudad parecida a Mason, cosa que Jazz y yo habíamos estado cuchicheando descaradamente en su cara, lo cual la enojó, cosa visible en que cada vez que nos reíamos se ponía a masticar más fuerte lo que haya sido que tenía en la boca… cosa de la cuál Jazz y yo teníamos nuestras propias hipótesis, y que hacía que su hijo, de manera mecánica y más esporádica, sobara su entrepierna.
Entre cuchicheos y opiniones no muy favorables de nuestros compañeros pasajeros pasó una hora, sólo faltaba una estación para Oldstone, cosa muy visible en el conteo de cabezas, en su mayoría rubias, descuidadas y despreocupadas, aunque todos sabíamos que dentro había un reprimido estudiante que medía sus semanas de libertad, no en días, sino en el dinero de papi… Trustafarians…
Al darnos cuenta del movimiento de cabezas, que visto desde arriba debe haber parecido nieve avanzando entre el barro, Jazz y yo nos incorporamos para salir del tren. Fue una buena llegada, dos billeteras de por medio, fruto de una simple sonrisa.
No fue el primer fin de semana de trabajo en el que no presté atención a mis clientes hombres, pero sí la primera vez que el motivo fue un hombre en casa. El promedio de coqueteos era 1 cada 3 clientes, cada uno más insípido y menos original que el anterior, lo cual no era nada nuevo, los drogadictos son sólo pericos, repiten lo que ven en sus fantasías distorsionadas, nadie mejor que yo para decirlo…
jueves, 5 de noviembre de 2009
Stained Mirror II
Debo haber perdido 2 trenes esperando que se sentara al lado mío, en mi modus operandi de cazadora pasiva.
Cuando al fin se sentó al lado mío, presentó una casi intachable fachada de confianza y mundo, sólo oponiéndose a su mirada firme y su burlona sonrisa una total falta de palabras. No pasó mucho para que encontrara la manera de romper el silencio, supongo que solo quería no caer en el cliché, algo que en cualquier otro me habría dado igual.
Fue un viaje liviano ¿Así fue el tuyo? ¿O es de los que valen la pena?
No es lo más divertido que me han dicho, ciertamente no lo que más me ha interesado, y quizás de nadie más me habría hecho voltear, y menos sonreír, pero infinitos hombres de infinitos tipos me han dicho cosas tan comunes o vulgares, que al ver a este aparente pubescente decir tales palabras, lograron impactarme.
Darnos nombres parecía un sinsentido, yo pensaba que no lo vería después de esa noche, y él pensaba que mi alma sería suficiente para reconocerme por el resto de nuestras vidas. Un breve e impreciso relato de nuestras recientes historias nos llevó a caminar por la Estación. Fue algo sobrenatural, él tenía por primera vez a una mujer prendida del brazo, charlando en confianza, sin pensar en cómo lo arruinaría, y yo tuve por primera y única vez a alguien que no prestaba atención a nadie ni nada más.
La confianza que tenía hizo que olvidara sus inseguridades pasadas, y sus inseguridades pasadas hicieron que su confianza fuera lo suficientemente inocente para perderse en mis ojos, perderse y no ver Stayden.
Tan bella y única le parecía, que no veía a los adictos inyectándose, tan dulce le sonaba mi voz, que no escuchaba a las prostitutas gritando precios, tan atento estaba a mi historia que no parecía recordar la suya propia, o que al menos desechaba algunas para hacer espacio. Al darme cuenta que, por primera vez, no le hablaba a una pared con pene, arreglé mi historia y mi vocabulario como quien arregla su cuarto esperando a un familiar adinerado, sin testamento ni mucho tiempo de vida.
Su historia tampoco estaba libre de mácula, pero aunque ocultó un par de detalles patéticos sobre su pasado, fue totalmente sincero sobre su persona.
Yo tomaba el tren Asid-E todos los Viernes y volvía todos los Lunes, oportunamente nos conocimos un Viernes, el Viernes que más tarde llegaría a mi trabajo… pero tan renuente era yo en ser puntual, y tan resignada era mi jefe que nos impactó poco esa otra hora que no trabajé. Lo acompañé a la salida de la Estación, donde tuvo su primer impresión de Callsplace, y luego, en un arrebato de valor, compartió conmigo su primer beso…
Cuando al fin se sentó al lado mío, presentó una casi intachable fachada de confianza y mundo, sólo oponiéndose a su mirada firme y su burlona sonrisa una total falta de palabras. No pasó mucho para que encontrara la manera de romper el silencio, supongo que solo quería no caer en el cliché, algo que en cualquier otro me habría dado igual.
Fue un viaje liviano ¿Así fue el tuyo? ¿O es de los que valen la pena?
No es lo más divertido que me han dicho, ciertamente no lo que más me ha interesado, y quizás de nadie más me habría hecho voltear, y menos sonreír, pero infinitos hombres de infinitos tipos me han dicho cosas tan comunes o vulgares, que al ver a este aparente pubescente decir tales palabras, lograron impactarme.
Darnos nombres parecía un sinsentido, yo pensaba que no lo vería después de esa noche, y él pensaba que mi alma sería suficiente para reconocerme por el resto de nuestras vidas. Un breve e impreciso relato de nuestras recientes historias nos llevó a caminar por la Estación. Fue algo sobrenatural, él tenía por primera vez a una mujer prendida del brazo, charlando en confianza, sin pensar en cómo lo arruinaría, y yo tuve por primera y única vez a alguien que no prestaba atención a nadie ni nada más.
La confianza que tenía hizo que olvidara sus inseguridades pasadas, y sus inseguridades pasadas hicieron que su confianza fuera lo suficientemente inocente para perderse en mis ojos, perderse y no ver Stayden.
Tan bella y única le parecía, que no veía a los adictos inyectándose, tan dulce le sonaba mi voz, que no escuchaba a las prostitutas gritando precios, tan atento estaba a mi historia que no parecía recordar la suya propia, o que al menos desechaba algunas para hacer espacio. Al darme cuenta que, por primera vez, no le hablaba a una pared con pene, arreglé mi historia y mi vocabulario como quien arregla su cuarto esperando a un familiar adinerado, sin testamento ni mucho tiempo de vida.
Su historia tampoco estaba libre de mácula, pero aunque ocultó un par de detalles patéticos sobre su pasado, fue totalmente sincero sobre su persona.
Yo tomaba el tren Asid-E todos los Viernes y volvía todos los Lunes, oportunamente nos conocimos un Viernes, el Viernes que más tarde llegaría a mi trabajo… pero tan renuente era yo en ser puntual, y tan resignada era mi jefe que nos impactó poco esa otra hora que no trabajé. Lo acompañé a la salida de la Estación, donde tuvo su primer impresión de Callsplace, y luego, en un arrebato de valor, compartió conmigo su primer beso…
lunes, 26 de octubre de 2009
Stained Mirror I
Ok, entonces así empieza el plasmado de un gran trauma... Esperemos que me haya vuelto lo suficientemente loco para que sea una buena novela:
De todas las personas que pudieron estar, estaba él. De todos los conocidos, amigos y cómplices, estaba él. Entre nada más que familiares lidiando entre el dolor y la decepción y la ausencia de supuestos amigos, estaba él.
Un corazón hecho de cicatrices, un par de ojos inundados, rasgos flagelados más por la tragedia que por el tiempo, una cabeza gacha y un vacío en un alma en la que no creía, un vacío hecho de inocencia, pérdida y sinsabor.
¿Había ido esa tarde a despedirme? ¿A regodearse? ¿A hacer un escándalo? ¿Merecía yo algo más?
Un impacto en su vida tuve, uno fuerte, pero al final nada positivo para ninguno, un recuerdo amargo de la crueldad humana sería yo para él, quizás para siempre. Y sin embargo, sin contar familiares, quienes en su mayoría fueron por compromiso, estaba sólo él.
Mucho había vivido en poco tiempo, ya que el camino que se recorre en las sombras es mucho más rápido e inmensamente más corto, y mientras mi camino acababa y el suyo empezaba, estábamos juntos otra vez, ya no como un niño temeroso y una amante impaciente, sino como dos personas, un hombre y una mujer enfrentando, respectivamente, el principio y el final.
Venía de la tierra donde los libres escasean pero no lloran, donde los fuertes son esclavos sólo de su odio hacia los débiles, una tierra donde todos pueden encontrar un punto en común, un punto si al cual no pertenecías, no eras… simplemente no eras, y él no fue. Vino cuando yo me fui, y cuando nos encontramos el tiempo se congeló. Vino cuando yo me fui de todos lados hacia ninguna parte. Yo sin esperar nada más que un monótono nuevo capítulo de mi libro y él, esperando el último, y más largo. Un conglomerado de ingenuidades, ignorancias y vicios nos llevarían al borde de nuestras emociones. Y algo hermoso son, las emociones, solo que uno de nosotros las había estado alimentando con ilusión e ignorancia y la otra, ahogándolas en vicios.
La estación de trenes de Stayden era también conocida como Boulevard de los Sueños Rotos. Los míos estaban rotos hace mucho, de los de él, la estación y yo nos encargaríamos.
No había él visto una mujer hermosa hacía ya mucho tiempo, al menos eso me confesó innumerables veces, en un intento fútil de reemplazar carne con poesía. Había acabado su educación, había comenzado su vida en una nueva tierra, habían renacido sus esperanzas.
Algo hermoso de las nuevas vidas, es que se pueden empezar, tomando lo bueno de la vieja, y tomando lo bueno de lo que uno espera sea su nuevo yo. Quizás eso fue lo que pensó, el epítome de la timidez acercándose, abriéndose paso entre caras frías y, aunque exóticas, que le parecían repugnantes. Teníamos los mismos ojos, la ventana al alma, la suya todavía no había experimentado la vida, y la mía había estado polarizada, sólo se vislumbraba una luz marchita, y eso fue todo lo que vio en mí… luz.
A pesar de su recién encontrado valor se lo notaba fuera de su entorno, dio unas 7 vueltas al área donde yo y mis compañeros de destino estábamos sentados hasta que fui la única en el banco para 5 personas. Debe haber pensado, a pesar de su áspero escepticismo, que fue suerte, una señal de que la vida y el ‘yo’ que estaba buscando le daban la bienvenida. Claro que su incredulidad era un sistema de defensa, una negación disfrazada de seguridad en sí mismo, quizás la única que tenía realmente. Pero no fue suerte, mis antagonistas, lo que propicio que nuestras miradas se encontraran…
De todas las personas que pudieron estar, estaba él. De todos los conocidos, amigos y cómplices, estaba él. Entre nada más que familiares lidiando entre el dolor y la decepción y la ausencia de supuestos amigos, estaba él.
Un corazón hecho de cicatrices, un par de ojos inundados, rasgos flagelados más por la tragedia que por el tiempo, una cabeza gacha y un vacío en un alma en la que no creía, un vacío hecho de inocencia, pérdida y sinsabor.
¿Había ido esa tarde a despedirme? ¿A regodearse? ¿A hacer un escándalo? ¿Merecía yo algo más?
Un impacto en su vida tuve, uno fuerte, pero al final nada positivo para ninguno, un recuerdo amargo de la crueldad humana sería yo para él, quizás para siempre. Y sin embargo, sin contar familiares, quienes en su mayoría fueron por compromiso, estaba sólo él.
Mucho había vivido en poco tiempo, ya que el camino que se recorre en las sombras es mucho más rápido e inmensamente más corto, y mientras mi camino acababa y el suyo empezaba, estábamos juntos otra vez, ya no como un niño temeroso y una amante impaciente, sino como dos personas, un hombre y una mujer enfrentando, respectivamente, el principio y el final.
Venía de la tierra donde los libres escasean pero no lloran, donde los fuertes son esclavos sólo de su odio hacia los débiles, una tierra donde todos pueden encontrar un punto en común, un punto si al cual no pertenecías, no eras… simplemente no eras, y él no fue. Vino cuando yo me fui, y cuando nos encontramos el tiempo se congeló. Vino cuando yo me fui de todos lados hacia ninguna parte. Yo sin esperar nada más que un monótono nuevo capítulo de mi libro y él, esperando el último, y más largo. Un conglomerado de ingenuidades, ignorancias y vicios nos llevarían al borde de nuestras emociones. Y algo hermoso son, las emociones, solo que uno de nosotros las había estado alimentando con ilusión e ignorancia y la otra, ahogándolas en vicios.
La estación de trenes de Stayden era también conocida como Boulevard de los Sueños Rotos. Los míos estaban rotos hace mucho, de los de él, la estación y yo nos encargaríamos.
No había él visto una mujer hermosa hacía ya mucho tiempo, al menos eso me confesó innumerables veces, en un intento fútil de reemplazar carne con poesía. Había acabado su educación, había comenzado su vida en una nueva tierra, habían renacido sus esperanzas.
Algo hermoso de las nuevas vidas, es que se pueden empezar, tomando lo bueno de la vieja, y tomando lo bueno de lo que uno espera sea su nuevo yo. Quizás eso fue lo que pensó, el epítome de la timidez acercándose, abriéndose paso entre caras frías y, aunque exóticas, que le parecían repugnantes. Teníamos los mismos ojos, la ventana al alma, la suya todavía no había experimentado la vida, y la mía había estado polarizada, sólo se vislumbraba una luz marchita, y eso fue todo lo que vio en mí… luz.
A pesar de su recién encontrado valor se lo notaba fuera de su entorno, dio unas 7 vueltas al área donde yo y mis compañeros de destino estábamos sentados hasta que fui la única en el banco para 5 personas. Debe haber pensado, a pesar de su áspero escepticismo, que fue suerte, una señal de que la vida y el ‘yo’ que estaba buscando le daban la bienvenida. Claro que su incredulidad era un sistema de defensa, una negación disfrazada de seguridad en sí mismo, quizás la única que tenía realmente. Pero no fue suerte, mis antagonistas, lo que propicio que nuestras miradas se encontraran…
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