lunes, 26 de octubre de 2009

Stained Mirror I

Ok, entonces así empieza el plasmado de un gran trauma... Esperemos que me haya vuelto lo suficientemente loco para que sea una buena novela:

De todas las personas que pudieron estar, estaba él. De todos los conocidos, amigos y cómplices, estaba él. Entre nada más que familiares lidiando entre el dolor y la decepción y la ausencia de supuestos amigos, estaba él.
Un corazón hecho de cicatrices, un par de ojos inundados, rasgos flagelados más por la tragedia que por el tiempo, una cabeza gacha y un vacío en un alma en la que no creía, un vacío hecho de inocencia, pérdida y sinsabor.
¿Había ido esa tarde a despedirme? ¿A regodearse? ¿A hacer un escándalo? ¿Merecía yo algo más?
Un impacto en su vida tuve, uno fuerte, pero al final nada positivo para ninguno, un recuerdo amargo de la crueldad humana sería yo para él, quizás para siempre. Y sin embargo, sin contar familiares, quienes en su mayoría fueron por compromiso, estaba sólo él.
Mucho había vivido en poco tiempo, ya que el camino que se recorre en las sombras es mucho más rápido e inmensamente más corto, y mientras mi camino acababa y el suyo empezaba, estábamos juntos otra vez, ya no como un niño temeroso y una amante impaciente, sino como dos personas, un hombre y una mujer enfrentando, respectivamente, el principio y el final.

Venía de la tierra donde los libres escasean pero no lloran, donde los fuertes son esclavos sólo de su odio hacia los débiles, una tierra donde todos pueden encontrar un punto en común, un punto si al cual no pertenecías, no eras… simplemente no eras, y él no fue. Vino cuando yo me fui, y cuando nos encontramos el tiempo se congeló. Vino cuando yo me fui de todos lados hacia ninguna parte. Yo sin esperar nada más que un monótono nuevo capítulo de mi libro y él, esperando el último, y más largo. Un conglomerado de ingenuidades, ignorancias y vicios nos llevarían al borde de nuestras emociones. Y algo hermoso son, las emociones, solo que uno de nosotros las había estado alimentando con ilusión e ignorancia y la otra, ahogándolas en vicios.

La estación de trenes de Stayden era también conocida como Boulevard de los Sueños Rotos. Los míos estaban rotos hace mucho, de los de él, la estación y yo nos encargaríamos.
No había él visto una mujer hermosa hacía ya mucho tiempo, al menos eso me confesó innumerables veces, en un intento fútil de reemplazar carne con poesía. Había acabado su educación, había comenzado su vida en una nueva tierra, habían renacido sus esperanzas.
Algo hermoso de las nuevas vidas, es que se pueden empezar, tomando lo bueno de la vieja, y tomando lo bueno de lo que uno espera sea su nuevo yo. Quizás eso fue lo que pensó, el epítome de la timidez acercándose, abriéndose paso entre caras frías y, aunque exóticas, que le parecían repugnantes. Teníamos los mismos ojos, la ventana al alma, la suya todavía no había experimentado la vida, y la mía había estado polarizada, sólo se vislumbraba una luz marchita, y eso fue todo lo que vio en mí… luz.

A pesar de su recién encontrado valor se lo notaba fuera de su entorno, dio unas 7 vueltas al área donde yo y mis compañeros de destino estábamos sentados hasta que fui la única en el banco para 5 personas. Debe haber pensado, a pesar de su áspero escepticismo, que fue suerte, una señal de que la vida y el ‘yo’ que estaba buscando le daban la bienvenida. Claro que su incredulidad era un sistema de defensa, una negación disfrazada de seguridad en sí mismo, quizás la única que tenía realmente. Pero no fue suerte, mis antagonistas, lo que propicio que nuestras miradas se encontraran…